martes, 9 de junio de 2015

Conmemoramos el 25 de mayo de 1810


En términos históricos, los sucesos de 1810 produjeron la confluencia de significados y sentimientos que sobrevolaban en la sociedad colonial. Las invasiones inglesas, la ocupación napoleónica de España, la abdicación del Rey Fernando VII a favor de José Bonaparte (hermano de Napoleón) en Bayona y la continuidad del pensamiento colonial expresada a la representación americana en la Junta Suprema en Sevilla no habían hecho más que pronunciar la incomodidad que en el Río de la Plata como en los demás virreinatos provocaba la relación de subordinación impuesta por la Metrópoli. Así, aquella dirección integrada por abogados, comerciantes, clérigos y jefes de milicias mediados por un clima de ideas demasiado espeso para ser identificado con un tradición o corriente de pensamiento determinado,  pronunció al mundo las aspiraciones de soberanía que la sociedad entera demandaba sin sospechar aún las derivaciones que tendría este crucial acontecimiento a futuro.
Hombres que sin distinción de rangos entregaron su cuerpo a una empresa colectiva sembrada de incertidumbres, mucho más humana de lo que a menudo se la suele narrar, hecha de virtudes pero también de divisiones facciosas, traiciones, miedos y errores, en el Cabildo de la ciudad central o empuñando un sable entreverándose en campos interiores que poco se parecían a esos prolijos tableros de batalla europeos.

Que su condición de mortales no nos impida ver su grandeza. Fue a partir de ellos que el vocablo Nación empezó a cobrar sentido en nuestra cultura. Y parió tan violentamente que no midió en vidas y recursos, configurándose en un proyecto inacabado que fijó su razón de ser en la necesidad de una construcción histórica ininterrumpible.  De su continua formulación depende la visibilidad de un horizonte que nos permite marchar hacia adelante, evitando el cercenamiento y la vacuidad que provocaría dejara trunco. 




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